Despues de otras 6 semanas de dura rehabilitación, ya podía andar con la ayuda de una muleta, asi que estuve caminando varios dias más para volver a coger costumbre, dado que la rehabilitación solo había mantenido la fuerza. Cuando desperté una de esas mañanas, había una nota de Ana, que fuese a recogerla a las 11 al taller, y ya eran las 10:30, con lo cual desayuné a la carrera, me vestí y cogí la muleta y las llaves del porsche 997 Gt3 RS, que me había comprado nada mas acabar aquel campeonato con el Mazda, el que por cierto, guardaba mi padre para yo poder traspasarlo en un futuro a mis hijos. El coche estaba justo en frente de casa, ya que me había dado pereza meterlo al garaje.
Coloqué la muleta entre las barras y los backets, y salí hacia el taller a toda prisa, habría perdido forma andando, pero conduciendo la cosa cambiaba. Al llegar estaba Ana sentada en un 911 negro de los años 80. Me estuvo contando que por culpa de ese coche había estado ta rara y ausente en casa, y quiso ir conmigo a probarlo ahora que ya estaba terminado, el antiguo dueño también había venido a verlo, le dije que se montase en el mio y que íbamos a seguirlo de bastante cerca. Pusimos rumbo al puerto de montaña de Alisas, un lugar perfecto con carretera bien asfaltada, dos carriles anchos, y una buena subida para probar todo el potencial. Ana seguía siendo muy rápida en este terreno, pero el antiguo 911, aunque se defendía bien, no podía con el potencial del 997, ya eran muchos años de avances tecnológicos. Durante toda la subida el 911 antiguo lanzaba llamaradas y se agarraba al asfalto con su llanta 14 y sus anchos neumáticos traseros, desesperados por coger tracción cuando patinaba gracias al Boxer que cargaba en su parte trasera. Yo seguía con el 997 sin mayores dificultades, también soltando llamaradas, mas discretas, y con bastante mejor tracción que su abuelo, pero siendo el mismo concepto en el fondo, un deportivo de verdad, motor atrás, Boxer de 6 cilindros, tracción trasera, y nada de turbos, solo 8.500 rpm para disfrutar de su sonido envolvente y su firme y precisa direccion. Al antiguo dueño se le veía entusiasmado con el lavado de cara que tenía el que un día fue su coche, y también con el hecho de ir sentado en uno de sus sucesores, mientras uno perseguía al otro con música celestial de fondo provocada por ambos motores. Y con esa sintonía se pasó la mañana.
Después de volver al taller, despedirnos del dueño y volver a comer a casa, llamamos a los miembros del antiguo equipo, para volver a pasarlo como en los viejos tiempos, y por suerte todos estaban disponibles. Ahora Javi tenía un M5 e92, Iván se había comprado hace poco un Toyota Gt86 y Cristian disfrutaba del Mazda Rx8 y Ana y yo fuimos con los porsches. Estuvimos un buen rato contándonos anécdotas del tiempo que había pasado desde después de dejar el equipo, Ana contaba sus vivencias en Italia y yo la vida en los circuitos, también aproveché para anunciar que no volvería a correr en un tiempo, hasta que estuviese totalmente recuperado, estimaba unos dos años, mientras tanto, en porsche seguían contando con mi currículum y solo tendría que volver a pasar las pruebas. Ese tiempo lo utilizaría para descansar, recuperarme por completo y dedicarme mas a los míos. El resto de la tarde lo pasamos conduciendo, derrapando, gastando gasolina y divirtiéndonos, para al final acabar echando una carrera entre todos como las que hicimos hace años, y lo pasamos tan bien que decidimos hacer esto al menos una vez cada año. A la vuelta tuvimos que ejercer de niñeras de los hijos de Tania y Cristian durante un par de horas, y tuve que aguantar los comentarios chistosos que hacia Ana sobre lo bien que me sentaba un niño en brazos, y cuando llegamos a casa caímos rendidos sobre la cama, mañana sería otro dia...
Nos despertamos mientras nuestros móviles no paraban de sonar, asustados y algo confusos. Ana tenía cerca de 10 llamadas perdidas y yo otro tanto, todas del taller, así que llamé. Recibí la peor noticia que me podía dar uno de los mecánicos, habían encontrado a Javi muerto en su casa hoy por la mañana. Se lo dije a Ana, el funeral sería ese mismo día a las cuatro de la tarde, así que fuimos a comprar ropa para ir decentes a su entierro y al velatorio, donde nos encontramos con los hermanos de Javi, y estuvimos hablando con ellos largo y tendido. Ninguno podía creer la muerte tan repentina que había tenido, dado que se suponía que ya estaba saliendo del cáncer, y no había ese peligro. Nos despedimos y fuimos a comer casi en absoluto silencio, además de avisar a más gente sobre la repentina muerte. Después de comer, nos vestimos ambos de negro (los hermanos de Javi nos instaron a que llevásemos el ataúd con ellos del coche al cementerio) y yo cogí las llaves del GT-R, el cual me habían traído de Alemania hace una semana. Salimos en el directos a seguir la marcha fúnebre que encabezarían los restos de nuestro antiguo jefe.
Si bien el velatorio estaba casi vacío, el cementerio y alrededores estaban a reventar, y si no llegamos a tener preferencia para aparcar, hubiese sido preferible ir andando. Descargamos el ataúd y lo llevamos hacia su nicho, ante decenas de miradas de angustia, y entre familiares con los ojos rojos de tanto llorar, y algún vecino con el que Javi había mantenido conversación alguna vez en su vida, se realizó la ceremonia que sellaría su vida. Después acudimos a la lectura de su testamento, en la que Javi nos dejaba sus negocios al completo, y toda su fortuna la repartía entre su familia y varias ONG'S. Después de otra larga charla con los hermanos, decidios ir al taller a revisarlo todo, empezar a cuadrar cuentas y todos esos asuntos burocráticos. Ana se quedó mirando los registros de ventas y yo rebuscaba entre las cosas personales de Javi, mientras veía todo lo que alguien tendría en su oficina, agendas, apuntes sueltos en papeles, direcciones, alguna que otra foto de hace ya unos años, y una especie de diario. La abrí por curiosidad y me quedé sorprendido al leer lo que se exponía ante mis ojos. Sin más dilación avisé a Ana para que viese lo mismo que yo...
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